martes, 1 de febrero de 2011

Arrodillado, tenía sus manos abiertas a la espera de un milagro redentor. Las sostuvo en vilo horas enteras, sintiendo cómo algunas pocas monedas golpeaban sus palmas de vez en cuando, escuchando el sonido que hacían al chocar las unas con las otras. Alguien incluso había llegado a arrimarle un billete que lucía los años sin embarazo, le había sonreído por compromiso, sin siquiera atinar a mirarle el rostro para retener alguna facción. Daba igual, él no esperaba reconocimiento, él no esperaba aclamación; no esperaba nada, y sin embargo anhelaba todo. Las luces comenzaron a bajar y repentinamente decidió que ya no había qué esperar. No había habido señal alguna, el impulso lo tomo por sorpresa; simplemente cerró el puño, que abrazaba su ganancia, se paró y empezó a caminar. Se volteó un par de veces, como esperando haberse olvidado algo, quizás temeroso de que en su ausencia algo fantástico fuera a visitarlo; pero poco a poco fue desapareciendo en la oscuridad, hasta que de él no se vio más nada.

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