miércoles, 26 de septiembre de 2012

Decidida a ignorar la finitud de aquel instante, me aferré a él, a su escencia, como si nada hubiera en el cosmos más allá de esos ojos, como si en ese momento fugaz la muerte nos fuera ajena, tal como lo es a Cronos, dueño absoluto del instante.
Pérfido destino inexorable, tus lúdicas maniobras destruyen los muros de mi cordura. Atrápame, cobarde, en  tus redes impenetrables, húndeme  en la más procelosa incertidumbre, en la angustia más desgarradora.  Me entrego atí, que te reflejas en el oscuro brillo de esos ojos y en la peligrosa ternura de esos labios.
Ah! si acaso ese océano salvaje arrastrara mi alma a la errante profundidad de la suya, entonces se desvanecería el tiempo y permanecería, eternamente, el instante.