domingo, 16 de diciembre de 2012

La generación del Bicentenario, la gloriosa generación del Bicentenario. Treinta años en democracia, la herramienta que hemos estado utilizando estas tres décadas para purificarnos, para liberarnos, para limpiar nuestras manos de sangre. Y sin embargo la Patria (¿por qué no?, el Mundo) nos escupe en la cara el hedor de la sangre, del sudor, de la muerte. Nos hemos quitado las ataduras burocráticas, y sin embargo seguimos sin poder mover nuestras manos. Acaso sean invisibles, pero las ataduras persisten. Seguimos siendo los miserables insectos individualistas de siempre, pero estamos libres de culpas porque podemos juzgar a quien tenemos al lado. El egoísmo la desigualdad, la injusticia, no han perdido su fuerza, sino que han pasado a la clandestinidad (De una forma poética, claro, porque su discreción es casi nula). Que difícil es  combatir a un enemigo cuya más poderosa arma tiene la forma seductora y omnipotente del Capital. Los ideales, las famosas "causas" son un motor mucho más real, mucho más digno, mucho más justo, y sin embargo parece un débil paladín al lado de aquel hermoso monstruo que todo lo puede. No pierdo las esperanzas compañeros, somos el David de ese devastador Goliat, y no nos detendremos hasta vencer.